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viernes, 3 de septiembre de 2010

CRÓNICA 1

Tenemos que, uno de los rasgos más significativos del mesoamericano, es sin duda el tlachtli o Juego de Pelota, en el cual se plasma buena parte de la cosmovisión de esta singular cultura, pues este, al igual que otros rasgos primordiales como el maíz y el calendario, se encuentra por toda Mesoamérica, abarcando partes de Aridoamérica y Oasisamérica (las tres grandes regiones culturales de Norteamérica), y es un elemento común para todas las culturas y para todas las épocas. Además de ser una práctica deportiva y militar, el tlachtli tenía un papel ritual, político y económico, lo que lo convierte en un factor aglutinante relacionado con la historia del poder y dominio de toda el área.

“Entré corriendo al tlachco, la gran cancha junto con mis seis compañeros de equipo, de primera impresión nos parecieron enormes sus dimensiones, íbamos a enfrentarnos a uno de los mejores equipos de Azcapotzalco, de gran popularidad y arrojo. Nuestras probabilidades de ganar eran mínimas; sin embargo, manteníamos un cierto optimismo, pues nuestros vaticinios calendáricos indicaban que los dioses nos favorecerían. Este vaticinio nos lo había predicho Yaotl, el ayudante principal del sacerdote del templo de Huitzilopochtli, el cual era muy acertado en sus “visiones” premonitorias. Este torneo era parte de la conmemoración y ceremonia del Fuego Nuevo en Tenochtitlan.

Nos habíamos preparado mucho para este acontecimiento, y contábamos con buena experiencia, sobre todo en tlachco tontli (canchas chicas) y con menos jugadores, pues en nuestro barrio Tlacopan (Tacuba), no contábamos con canchas tan grandes y altas. Esta cancha de Azcapotzalco consistía en un largo y angosto rectángulo de tierra apisonada con manchas de sangre en casi toda su superficie, rodeado de cuatro muros de piedras lizas y encaladas que estaban decorados con relieves y pintados con símbolos asociados a la guerra y a los astros, dos muros cortos y altos en las cabeceras hacían ángulo recto con el muro largo y más alto orientado hacia el norte.

Sin darme cuenta y hasta que el griterío aumentó, me percaté de que al tlachco, acababa de llegar el equipo local, integrado por jóvenes de aspecto aguerrido, cuyos cortes de pelo y cicatrices mostraban que sus cuerpos habían sido endurecidos por la guerra además del duro entrenamiento deportivo. Vestían máxtlatl (taparrabos cortos) y otros kuexatl (faldillas), con protectores de cuero en las rodillas, codos, caderas y nalgas; calzaban fuertes huaraches o tekaktlis (sandalias), y tenían un pequeño cuachimalli o casco en la coronilla fijado con correas de cuero, o sea que nos enfrentaríamos a unos auténticos olamani o guerreros-jugadores.

Sin muchos preámbulos, la pelota ya estaba en juego, y como relámpago volaba y botaba de un lado a otro. A los jugadores no se nos permitía tocar con las manos, los pies y la cabeza la pelota, ésta debería jugarse exclusivamente con muslos, caderas y nalgas, y ocasionalmente con el pecho y los hombros. Las huellas de sangre en el suelo mostraban lo fuerte y sanguinario que era esta práctica. No tardaba mucho para que el aire oliera a sangre y sudor, mezclado con aromas de animales, producto del esfuerzo, los golpes y choques de los atléticos cuerpos.

Nadie aplaudía, gritaba o se atrevía a hablar, incluso cuando se realizaba una sobresaliente jugada de puntaje, hasta el final de la confrontación era que se desataba un gran griterío general. Mientras tanto solo se oían los rebotes de la pelota y los pujidos de fuerza de los participantes. Siempre se tenía presente, sobre todo por los jugadores, que se trataba, antes que nada, de un ritual religioso de consecuencias sociomilitares, pues era una de las maneras en que los dioses manifestaban sus deseos, y los sacerdotes vestidos de negro ubicados cerca de los extremo este-oeste de la cancha no estaban allí solo para conceder los puntos y castigar las faltas.

Ahora todo nuestro entrenamiento y fortalecimiento deberían de aplicarse al máximo, como si de ello dependiera nuestra vida. Así, deberíamos de contestar o regresar todas las pelotas que nuestros contrincantes nos mandaran, pero tratando, con cada lance y contestación, pasar la pelota por cualquiera de los dos tlachtemalácatl o aros empotrados a la mitad de los largos muros del norte y del sur de la cancha. El equipo que consiguiera hacer pasar la pelota por un aro ganaba. En pocas ocasiones había visto pasar la pelota por el aro, yo nunca lo había logrado, pero todos nos esforzábamos en lograrlo. Normalmente los tlachtli terminaban por agotamiento de los olamani y el equipo ganador resultaba ser el que mayor puntaje lograra, según la contabilidad de los jueces-sacerdotes.

Años atrás, un equipo derrotado hubiese perdido mucho más que un partido de pelota y un cierto estatus sociomilitar. Al capitán del equipo, como mínimo, lo hubiesen subido por las escaleras de la pirámide del templo de Huitzilopochtli, donde lo último que hubiera visto habría sido el rostro tiznado de hollín del topixque (sacerdote) que le abriera el pecho para sacarle el corazón.

Sin embargo, para el año que transcurría de 1507, ya no era así, aquello había ocurrido en los tiempos del tlatoque Moctezuma Ilhuicamina (1440-1468), ahora, el equipo perdedor abandonaba la cancha fuertemente escoltado en medio de un ensordecedor griterío, y al salir de ésta, se le daba un breve tiempo para escapar, antes de que sus integrantes acabaran completamente aporreados y sofocados por la turba de furiosos perdedores que se formaba al término de los tlachtli, eran apostadores decepcionados que perdían buenas cantidades de bienes y posesiones.

En cambio, los ganadores tenían el derecho de llevarse las prendas y las posesiones de los vencidos, pero más que eso se ganaban el reconocimiento social, y lo mejor, era el posicionamiento en las listas de selecciones para integrar los grupos de guerreros de elite del gran tlatoani, Moctezuma Xocoyotzin, y que con un poco más de suerte, podrían ser parte de su cortejo personal, un estatus envidiable para cualquier macehualli (plebeyo) de nuestra gloriosa cultura azteca/mexica”.


Hasta pronto
JPSS